El
descenso de nacimientos plantea nuevos escenarios… e
interrogantes
El Papa
presenta un problema que nadie puede ignorar
Benedicto
XVI citaba la «urgente necesidad» de reflexión en el área de la demografía, en
un mensaje enviado el 28 de abril a los participantes en un encuentro de
la Pontificia
Academia de Ciencias Sociales.
Los expertos
están de acuerdo en que el aumento en la esperanza de vida está coincidiendo con
un descenso de la natalidad, observaba el Papa. Las sociedades están
envejeciendo y «muchas naciones carecen del número suficiente de jóvenes para
renovar su población», escribía.
La atención
se ha enfocado cada vez más a las consecuencias sociales y económicas del
descenso de bebés. El 30 de abril, el New York Times comentaba el caso de Ogama,
una aldea del Japón rural que se ha reducido a sólo ocho residentes ancianos.
Los miembros de la localidad han decidido empaquetar todo y vender el lugar a
una empresa que lo convertirá en un terraplén.
Hace sesenta
años la aldea tenía cerca de 30 hogares, cada uno con ocho o nueve personas.
Ogama pertenece al municipio de Monzen, que abarca 140 aldeas, el 40% de las
cuales tiene menos de 10 hogares, la mayoría formados por personas ancianas,
observaba el artículo.
El 2 de
mayo, Reuters informaba de que el gobierno japonés estaba considerando permitir
anuncios de televisión a las agencias matrimoniales, con la esperanza de animar
al matrimonio, y a más hijos. Los datos de ministerio de sanidad de Japón
muestran que la media de edad de las mujeres al contraer su primer matrimonio es
actualmente de 27,8 años, en comparación con los 25,8 de
1988.
El 3 de
mayo, el periódico británico Guardian informaba sobre el hundimiento de la
natalidad en Europa. El reportaje apareció después de que el gobierno alemán
decidiera incrementar los incentivos económicos para las parejas que tuvieran
más hijos. Las medidas incluyen disminución de impuestos, más guarderías y
fondos del gobierno para que los hombres se tomen un tiempo remunerado tras el
nacimiento de un hijo.
Pero más
dinero puede que no sea suficiente para resolver el problema, comentaba el
artículo. Alemania ya gasta el 3,1% de su producto interior bruto en las
familias y los hijos, muy por encima de la media del 2,1% de los países de la
Unión Europea.
Todos cuesta
abajo
Este aumento
de fondos tuvo después de que la opinión pública se sintiera consternada por las
cifras oficiales publicadas en marzo. Estas cifras mostraban que el año pasado
nacieron en Alemania entre 680.000 y 690.000 bebés. Esta cantidad es menor que
la del último año de la Segunda Guerra
Mundial, comentaba Rolf Wenkel en un artículo de opinión
publicado el 16 de marzo en Deutsche Welle.
«Hemos
fallado completamente a la hora de reaccionar ante el hecho de que el índice de
natalidad de Alemania ha caído cuesta abajo en los últimos 30 años», sostenía
Wenkel.
El 2
de mayo el
Guardian publicaba los resultados de una encuesta, llevada a cabo en Gran
Bretaña, que mostraba que la gente se siente forzada a retrasar su vida familiar
por las presiones de la carrera y la dificultad creciente para encontrar un
compañero. Cerca del 20% de las mujeres británicas llegan sin hijos al final de
su vida fértil, según el British Office of National Statistics. Esto se puede
comparar el con el 10% de los año cuarenta. Y en el 2004 el índice de natalidad
del Reino Unido fue de 1,77 niños por mujer, bastante por debajo del máximo de
los años sesenta de 2,95 niños.
Comentando
la encuesta, Libby Brooks observaba que otra razón clave citada para la baja
tasa de natalidad es que las parejas no permanecen juntas de la misma forma que
en el pasado. Los «modernos absolutos de la autonomía y de la independencia»
pueden estar obstaculizando la formación de matrimonios y maternidades estables,
según Brooks.
En
contraste, Francia lo está haciendo relativamente bien. El 26 de abril Reuters
informaba de que la media de Francia de 1,9 niños por mujer es la segunda de la Unión Europea
(después del 1,99 de Irlanda). Incluso, ninguno de los 25 países de la Unión
Europea alcanza el nivel del 2,1 necesario para mantener los actuales niveles de
población.
El gobierno
francés quiere que aumente más el número de niños. El pasado septiembre, el
primer ministro Dominique de Villepin afirmó que la tasa de natalidad era
insuficiente para asegurar una población estable y anunció nuevos incentivos
para tener hijos.
Proyecciones
a largo plazo
No es de
sorprender que se haya pronosticado un descenso de población en Europa. Hace
poco aparecieron detalles en el boletín Statistics in Focus (3/2006), un
publicación del Eurostat, la agencia de estadísticas de la Unión
Europea.
El boletín
contiene diversos pronósticos, dependiendo de la evolución de los niveles de
fertilidad y de cuántos inmigrantes se permitan dentro de los países de
la Unión Europea.
No obstante, «en todas las variantes las muertes superarán en
número a los nacimientos y una migración neta positiva pospondrá el descenso de
población sólo temporalmente», indica la publicación.
La población
envejecerá de forma acusada. En el 2004 había una persona anciana no trabajadora
por cada cuatro personas en edad de trabajar. Para el 2050 habrá cerca de una
persona inactiva por cada dos personas en edad de trabajar. Y el número de
personas con 80 años o más se espera que casi se triplique, subiendo desde los
18 millones en el 2004 hasta cerca de los 50 millones en el
2051.
Ni siquiera
niveles relativamente altos de inmigración resolverán el problema. Asumiendo una
inmigración neta positiva de cerca de 40 millones de personas durante el periodo
que va hasta el 2050, para dicha fecha la población en edad laboral de la Unión
Europea disminuirá en 52 millones. La población total podría descender en unos 7
millones.
Un libro
reciente examinaba algunas de las implicaciones de estos cambios. «The Baby Bust: Who Will Do the Work? Who Will Pay
the Taxes?» (Rowman & Littlefield
Publishers) está editado por Fred Harris.
En su
capítulo sobre Europa, Hans-Peter Kohler, Francesco Billari y José
Antonio
Ortega observan que los cambios demográficos tendrán efectos
sociales profundos. El hecho de que haya pocos o ningún hijo hará que disminuya
el potencial de las relaciones familiares para proporcionar apoyo social y
económico.
Tras un
análisis detallado de las causas de la baja fertilidad, los autores expresan
dudas sobre el éxito de los incentivos de los gobiernos para animar a más
nacimientos. Hay una relación positiva entre el comportamiento reproductivo y
una serie de políticas, pero es débil y lleva tiempo el que tenga
impacto.
Rusia se
contrae
La baja
fertilidad no se limita a la Unión Europea. En la
primera mitad del 2005 la población rusa descendió en 400.000 personas,
informaba el 21 de abril Financial Times.
El número de
niño por mujer se hundió, desde el 2,19 en 1986-87, hasta el 1,17 en 1999. Desde
entonces se ha elevado hasta el 1,3. La situación ha empeorado por el descenso
en el índice de matrimonios, y el aumento del divorcio. Además, los varones
rusos tienen una esperanza de vida de sólo 60 años. Como resultado, algunos
pronosticas que la población de 146 millones del 2000 podría caer hasta sólo 100
millones a mitad de siglo.
Incluso los
países con un número de niños históricamente alto están sufriendo un dramático
descenso en los nacimientos. Hace unas décadas, las mujeres mexicanas tenían de
media casi 7 hijos, pero esto ha descendido actualmente hasta sólo 2, informaba
el Wall Street Journal el 28 de abril.
Entre otras
consecuencias, este descenso de la natalidad podría reducir en el futuro el
número de mexicanos que entran en Estados Unidos. Ahora hay millones de
mexicanos de 20 y 30 años que buscan trabajo. En el 2050 la media de edad de la
población de México, actualmente de 25 años, subirá hasta los 42, informaba el
Journal, citando datos de la División de Población de Naciones Unidas. Estados
Unidos tiene actualmente una media de edad de 36 años, que subirá hasta los
41 a
mediados de siglo.
En su
mensaje, Benedicto XVI observaba que las causas de los bajos índices de
natalidad son múltiples y complejas. Pero, aunque suelen ser económicas y
sociales, las «raíces últimas pueden considerarse morales y espirituales». Hay,
añadía «un déficit preocupante de fe, esperanza y, por ello, de amor». Se trata
de un déficit al que presta poca atención la política económica.
Fuente: Zenit,
ZSI06051301